Emilio despertó por la mañana, advirtiendo que un pequeño ser dormía a su lado, a pata suelta. Con su nariz investigadora lo olfateó y al no reconocer su aroma le preguntó quién era.
-Soy un ratón -dijo el distraído ser. Y al darse cuenta que estaba junto a un gato, huyó a toda prisa.
A Emilio los ratones le parecían criaturitas muy chistosas. Por eso persiguió este ratón hasta acorralarlo en un rincón.
-No me comas -suplicó el ratón-, por favor.
Al escuchar los ruegos del ratón, Emilio se sintió muy triste pues él era amigo de los ratones y jamás se atravería a hacerles daño.
-Señor don ratón, yo solo quería jugar a la pinta.
El ratón se sintió tan feliz de no ser comido que, en agradecimiento, le contó a Emilio su mayor secreto:
-Emilio, soy un ratón mágico que puede conceder cualquier deseo.
-Quiero una lata de comida.
-¿Estás seguro que quieres eso? Recuerdo que puedo darte lo que desees.
-Es que tengo todo lo que quiero.
-Mmm, creo saber cuál es tu mayor deseo. Te daré una sorpresa -dijo.
Y desapareció.
Emilio jugaba alegremente en el patio cuando escuchó al ratón. El pobre estaba junto a un árbol de tomates agarrándose la cabeza.
-¿Qué te pasó, ratón? -preguntó Emilio.
-Resulta que, sabiendo que eres un gatito generoso, quise completar a tus hermanos, pues pensé que eso te haría feliz. Pero más que usé mi magia, Emilia sigue sin sus ojos y Carrito sin sus patas. He perdido mi magia de ratón.
Emilio se agarró la panza y se echó a reír.
-Pues no has perdido tu magia, ratoncín.
-¿Ah, no?
-No po, pues Carrito tiene un trineo que lo convierte en el gato más rápido del mundo y Emilia ve perfectamente con los ojos de su imaginación. Están completitos. ¿Cómo vas a arreglar algo que está completito?
-Sería como dar más brillo al sol.
-Eso.
-Me has convencido. Ahora, dime, ¿todavía deseas esa lata de alimento?
-Sí, cien, una para cada hermano
Y así fue como mágico ratón concedió el humilde deseo de Emilio, el gatito que no necesitaba nada para ser feliz porque, al igual que sus hermanos, estaba completo.