Tengo una amiga humana, es mi vecina y me gusta visitarla a través de un pasadizo secreto. Ella es muy tranquila, siempre juega con sus muñecas y legos, yo me siento a los pies de su cama mientras ella arma edificios para sus muñecas. Me gusta estar con ella, es calladita y sus únicos amigos somos nosotros, sus vecinos gatos.
Hoy fui a visitarla pero su pieza estaba vacía, no estaban ni sus legos ni sus muñecas así que me dispuse a buscarla por el resto de la casa. Caminé de puntillas por el living y por la pieza de su hermano, pero no encontré a nadie. Lo más curioso de todo es que había maletas por todos lados, grandes maletas repletas de ropa y cosas de humanos. Cuando estaba a punto de regresar escuché la voz de la mamá de la niñita. ¿»Dónde se habrá metido esta niña?» decía, «¿dónde se habrá metido?» Se me subió una bola de pelos por la garganta porque la niñita estaba perdida. Así que regresé a mi casa por el pasadizo y cuando llegué a mi escondite me puse mi capa de súper Emilia. Entonces apareció Emilio. «Emi», me dijo, «¿por qué te pusiste la capa, es que hay algún peligro mortal?». Le expliqué al enano que la niñita estaba perdida y que debíamos encontrarla. Entonces Emilio se quedó calladito y sin ninguna razón salió corriendo. «¿Qué pasó, enano?», le pregunté, «¿en qué cosa loca andas metido?».
Corrí por toda la casa y al al final lo encontré, rasguñando el ropero. «¿Que hay ahí?», le pregunté. Emilio se puso a dar vueltas en el mismo sitio, sin saber qué decir y de repente la puerta del ropero se abrió. Ahí estaba la niñita, armando una cosita con sus legos, mientras se sorbía los mocos. «¿Por qué estás llorando, niñita?», le pregunté. «No está llorando», me dijo Emilio, «está armando una casa para mi». Resulta que la niñita se había escondido en nuestro ropero porque su familia se cambiaría de casa. Y ella no quería vivir en otra parte porque no tendría a nadie que la acompañara cuando se sintiera triste. Me subí a las piernas de la niñita y le toqué la cara con mi pata. La niñita me hizo cariño y cuando terminó la casa de lego para Emilio me la mostró. «Yo no la puedo ver», le dije, «pero debe ser muy linda». Me quedé ronroneando sobre sus piernas y de repente golpearon la puerta y mi humana fue a abrir. Entonces escuchamos la voz de la mamá de la niñita que le preguntaba a mi humana si la había visto. «Vamos», le dijo Emilio a la niñita, «hay que esconderte en la aspiradora». Le dije al enanito que nos dejara solas y el pobre se fue haciendo pucheros y golpeando el suelo con sus patotas. Yo no puedo hablar con la niñita porque ella no entiende el idioma gato, pero como es chica, me basta con hablarle a su corazón. Así que le dije que debía irse con su familia, que ella era una buena niña humana y que por lo tanto tendría buenos amigos humanos. Y que siempre nos podría venir a visitar. Además, le dije, que mi escondite tiene muchos pasadizos y seguro que alguno de esos llegan a su nueva casa. Le hable de corazón a corazón, mientras a la niñita le caían las lágrimas y me hacía cariño en las patas. «Antonia», dijo su mamá, » ven que nos tenemos que ir». Cuando la niñita escuchó la voz de su mamá, salió del ropero y con las manos atrás, miró a su mamá, muy avergonzada. «Me tenías asustada», le dijo su mamá, «ya vámonos». La señora tomó la mano de su hija, pero ella se soltó y sacudió sus manitas hacia mi, diciendo gatita gatita. Entonces yo salté a sus brazos y le lenguetíe la frente mientras ella se reía porque le estaba haciendo cosquillas. «Chao, gatita», me dijo, «chao gatita Emilia». Era la primera vez que decía mi nombre y me emocioné mucho. Así que me saqué mi capa de súper Emilia con los dientes y se la di. Así, si alguna vez estaba en problemas, solo tendría que tocar la capa para que yo fuera en su ayuda. Le di un beso de nariz y cuando atravesó la puerta corrí al balcón a escuchar como sus pasos se alejaban, y entre el sonido de las hojitas que se revolvían, escuché como agitaba su mano para decirme adiós. «Adiós», niñita, le dije yo, «te queremos».