Hoy por la tarde mi humana trajo una jaula. No era como la jaula en la que me lleva al veterinario. Esta era fría y dura. Yo la olfateé, con la nariz bien parada y cuando me metí en ella a investigar pisé una cosita y la jaula se cerró. Entonces apareció mi humana y me sacó de la jaula. Me explicó que la jaula no era un juguete y que no debía meterme en ella. «Que jaula mas aburrida», dije yo. Mas tarde, cuando salimos a regar el jardín, mi humana metió un plato con pescado en la jaula y la dejó en el pastito y regresamos a la casa. Por la noche Bambina quería jugar. Bambina siempre quiere jugar; se cuelga de las cortinas y de todo lo que encuentra porque es muy chica y loca. Me molestó mucho para que jugáramos pero yo no quería. Porque tenía mucha curiosidad de saber qué se proponía mi humana. Así que esperé junto a la ventana con las orejas paradas hasta que llegó la noche. Era muy tarde cuando sentí unas patitas pisar el pasto y de repente escuché un ruido muy fuerte. «Ok», me dije, «ya está». Me fui de puntillas hasta la cama de mi humana y le toqué la nariz con los colchones de mis patas. «¿Qué pasa, Emilia?», dijo mi humana. Dije miu y salté de la cama y mi humana, que se había vuelto a tapar se tuvo que levantar. Cuando llegamos al living rasguñé la puerta que da al jardín y mi humana la abrió. En la jaula había un gato que maullaba pidiendo auxilio. «Tranquilo», le dijo mi humana y llevó la jaula a la casa. La abrió con mucho cuidado, pero el gato se arrancó y se colgó de las cortinas, igual que Bambina. Mi humana trató de sacar al gato de la cortina, pero el pobre se encaramó todavía más alto. Yo di un salto y me colgué. Nunca me había colgado de la cortina así que me puse nerviosa pero seguí escalando y entonces reconocí el olor de Chonguito. «No tengas miedo», le dije. Pero entonces Chonguito se enredó y nos pusimos a girar dentro de la cortina como adornos de arbolito de pascua, mucho rato hasta que nos caímos.
Estaba mareada. Cuando me mareo no sé dónde estoy, es como si me estuviera cayendo de un árbol, pero igual me dejé guiar por el olor de Chonguito y cuando lo encontré, escondido en un rinconcito, le toqué la cara y le dije: «Chonguito, nadie te va a hacer daño». Chonguito estaba temblando y se hacía pequeñito. Entonces me acurruqué junto a él y le lavé las orejas. «Tengo miedo», me dijo Chonguito, «los humanos me cortaron la colita». «Pero mi humana te la va a arreglar», le dije, «los vetedinarios pueden ponerte una colita nueva». «Pero si a ti ni siquiera te han puesto ojos», me dijo Chonguito. «Es que poner ojos es muy difícil», le respondí, «es como poner seis colitas». De a poco Chonguito se tranquilizó y luego mi humana lo tomó en brazos y le puso agua oxigehelada en el chonguito para matarle los micobrios. Ahora Chonguito está bajo la mesa y solo saca la cabeza cuando mi humana sirve comida. Entonces Chonguito corre hacia el plato, se come dos granitos y regresa debajo la mesa. Pero ya se acostumbrará. Porque aquí está seguro y todos lo quieren. Y nadie va a cortarle la colita.